Había pasado.
Un año después, algunas cosas habían cambiado.
En primer lugar, la obviedad: el propio hogar, la ubicación de la familia Billy Jones definitiva y al completo en otra cocina, dormitorio y cuarto de baño, así como su lugar en el universo, los mapas propios y ajenos, el individuo en el colectivo, la itinerancia y su viaje, la parada y su espera.
Con la arribada al Viejo Puerto descubrieron otros caminos al Zócalo, los negocios sin gente, los «nortes» del invierno y las estaciones en los mangos, bostezo a bostezo, a cámara lenta, con los primeros despertares, el reencuentro con los que nunca se fueron y los que habían regresado.
Día tras día la marcha se fue postergando y nuevamente de nómadas a sedentarios, poco a poco plantaron su campamento junto al patio y dejaron descansar sus pies, donde las botas de sus antepasados, cerca de los vivos y de los muertos.
En esta ingravidez fue creciendo en ella la resistencia, en forma de animal felino, femenino, a las altas temperaturas del Trópico, a la humedad y a la fauna y flora de los olores propios y ajenos:
En este año que ha pasado he descubierto a la tribu y he recopilado pedazos de historias de proyectos en estado de precariedad, en un álbum recién estrenado…
También he reconocido la decadencia y el miedo en una Ciudad del Golfo de México llamada Veracruz.
Me he conseguido acomodar gratamente, le he ganado horas al tiempo para retratar a mi compañero de aventuras, su infancia y el devenir, saborear los placeres de una vida tranquila sobre un pasto violento. Un descanso para escuchar atentamente las rebeldías que nos quedan a los de abajo contra el Sistema.
En botas propias, mojadas y enterradas en el barro de las colinas de Chiapas, y por bocas ajenas, Pecasvil sumergida en las extrañas palabras de lenguas por compartir, visitaron una y mil veces después, el Registro Civil donde, en el mismo libro de Yaan Solo, mojaron en tinta negra la huella del pie de la princesa Annia.