Llueve en Barcelona, «Chirimiri» en la Sagrada Familia, desde hace varios días.
Las despedidas fueron después del verano, casi siempre. Con ganas de dar el próximo paso, a sabiendas de que es definitivo, irremediable, pero todavía con las raíces bajo tierra.
Entre los muros fríos de la casa que nos trajo a nuestro bebé desde las montañas, donde creció la panza de la madre, al calor de las orejas del perro dalmatian, o Lucas Bill. Estamos esperando a conocer a tus nuevos moradores, que si familia o soltera de oro, para marchar a otro lugar, muy lejos.
Los perros no regresarán, mai, No se verán de nuevo. Emigrantes, con ellos viajarán los olores del barrio, dentro de sus olfatos, y el aprendizaje de subir las escaleras, al ritmo del ascensor, como costumbres humanas.
El ruido que les avisa a todos de la llegada de la madre a la manada, después de una jornada dura en el trabajo, es un golpe sordo que retumba, retumbó como un despertador diario, los muros que hoy nos protegen de la lluvia.
Ha sido un día sin luz, apenas sombras en el salón de nosotros. We are just waiting, to leave.
Otoño, como la hoja que un día cae, pronto las campanas de la Sagrada Familia entonarán el Adeu Barna, la señal que sin querer, queriendo, y sabremos, entonces, que quizás hayan volado nuestras últimas golondrinas, también muy lejos.
Entre tanto, vamos a disfrutar por última vez de este amor, por tus balcones, y por tus ramblas.
Vamos a pasearnos abrazados por las plazas del Gótico, metiéndonos mano por las esquinas.
Borrachos, nos fuimos parando en cada semáforo para besarnos.