La intermitente corriente penetra cuando amanece y recorre el pasillo desde el salón hacia el invernadero, y viceversa. Gracias a ella suelen crearse remolinos a la altura del pasillo, debajo del telar de las pirámides mexicanas. Suena el despertador cada diez minutos; la alarma canción cotidiana que tarareo entre el sueño y el bostezo.
El sol trepaba por nuestra calle un poco antes, en el espacio y en el tiempo, y atravesaba la fina cortina hasta nuestra cama. Tú en verano necesitas dormir con las puertas y ventanas abiertas, como la Negra. Y como ella te echas a la sombra allí donde encuentras un remolino: debajo de la mesa, entre los libros de la biblioteca…
Yo estiro mi brazo para cerciorarme de tu ausencia, en busca de las huellas que dejas en nuestro lecho, a la vez que retraso el desayuno, en busca de tu piel, de tu sudor. Repaso los recuerdos del día anterior para localizar el coche que me ha de llevar al trabajo,y se repite la canción cotidiana que me avisa programada: ¡Acaban de pasar de largo 10 minutos más!, segundos que han volado por el pasillo.
Llego tarde al trabajo cada día. Puede ser lunes, martes o jueves, eso no es lo importante. La vida se nos detuvo con la prima de riesgo, ¿a cuánto ascenderá hoy?. Como el precio de la gasolina, o de los alimentos en los supermercados por los constantes incrementos del IVA, como las listas de parados de larga duración. Números elevados, salvo en la cuenta del banco, o en la nómina de cada mes. OK. ¡Basta!.
Salto de la cama cuando por dos veces Luc aparece por el lado de la mesilla del papel higiénico y del agua, y la Negra me chupa los pies, desde abajo, y después la boca, desde arriba, apoya su cara en mi cara, abro los ojos y miro sus ojos pardos que me miran. Me mareo cuando me incorporo demasiado deprisa, todavía entre sueños. Me acompañan al baño las telarañas y los fantasmas de la crisis, hasta que te encuentro, y me echo contigo a tu lado en el sofá cama de nuestros perros.
La Negra, toda excitada, es pura energía cachorro los primeros compases de la mañana. Lucas en cambio nos recuerda que le hace falta su desayuno, el yogurt que guardamos en la nevera, y sus tostadas. Lucha por ganarnos el espacio; su espacio: cojines, almohadas, juguetes, comida…y el lugar más fresco de toda la casa. Su cabeza cuelga hacia las corrientes, entre el levante y el poniente. Negris ladra un grito agudo de júbilo y Luc Bill murmura sus carantoñas panza arriba, rodando como una peonza. La Negra salta y salta entre brazos y piernas, con la lengua afuera. Así es como caen nuestras legañas y se quedan entre los pelos del despertar. Lucas muerde obsesivamente uno de sus huesos y sus babas se nos pegan por codos y espaldas, mojadas de sudor.
Espasmos, mimos, carantoñas y risas, la alarma de nuevo nos roba 10 minutos.
El trabajo me espera. Ese edificio entre el campo y un río, muy lejos de lo cercano, a pesar de lo cotidiano, por la autopista, dirección a Girona. Una última exhalación suspiro. Impulso hacia la ducha, retumba como un eco en mi cabeza. Todos los días el agua me ayuda a reconciliarme con la realidad, con el exterior, con lo ajeno, y con mi sexo. Lucas me espera desesperado porque así son sus neuras, me sigue muy de cerca. Me observa meticulosamente y su presencia se vuelve incómoda mientras te abrazo con mi nariz, mientras la recuesto dentro de tu nuca, y te huelo antes de partir.
Lucas quiere su yogurt y la atmósfera cambia su luz, como si fuera a llegar una tormenta. Es muy complicado ignorarle, como a la fuerza de los Jedis, persiste y persiste a lo largo de la saga. No tiene límites, tiene mucha fe, y es fiel a su desayuno. Una vez que se termine el yogurt esperará debajo de la tostadora hasta que oiga saltar el pan.
Girando su rabo como si fuera un ventilador.