Caminan descalzos por una nueva era de tierra finísima, suave y oscura color obsidiana. Una capa salada de verdín les cubre hasta los tobillos, resbalan y caen por turnos, en busca de cangrejos para el hambre. El sol se aleja de la bóveda celeste y la niebla comienza a deslizarse a ras de suelo, humedeciendo sus huesos trapos. Pronto el viento les obligará a refugiarse debajo de las hojas, las palmeras comenzaron a agitarse y grupos de aves sobrevuelan sus cabezas, al acecho de sus huellas. Él agarrado a ella, dentro de ella, apoyado en él, atados él y ella a un carro de madera, donde transportan abrigos, botas y plásticos: bolsas, botellas, recipientes de varios tamaños…cocos, mangos, armas primitivas, ratas, y muchos agujeros. Este ecosistema mutante somos el nosotros del pasado, o lo que sobrevivió de aquella violencia, lo que permaneció: instinto y capacidad de adaptación. Desafíos vitales de una familia de despojados de la tierra fértil, del agua potable, de un trabajo en una comunidad, y sin gobierno. La suerte salta salpicando,a un lado y al otro de sus frentes y espaldas, les rodean sus dos perros cazadores y unas rodillas fuertes que laten vigorosas para impulsar fuerza por sus venas. Los dos más pequeños ríen inconscientes, dentro y fuera del cuerpo de ella, juegan con el paisaje a ser libres, con las ruedas del carro a ser nómadas, con las piedras, cazadores; por ellos, ella y él no desesperan y siguen, persiguen, mojados de sol a sol hasta enfrentar la noche, esperan pacientes a que salgan los cangrejos.
2 respuestas a “Los mutantes”