Han regresado al puerto de Veracruz, medio año después, siguiendo la estela de los proposueños extraordinarios de Agosto. Atípicos, porque dichas manifestaciones nunca antes se habían materializado bajo las sofocantes temperaturas estivales del Golfo de México, y aires acondicionados, sino más bien al abrigo, gorro y bufanda, en los cambios de año de los gélidos días cortos del Mediterráneo. Ni mucho menos se habían revelado con tanto fervor.
La celebración del nacimiento del primer varón de la familia Billy había removido las raíces y pavimentos de todos los miembros del clan, cepas norte-americanas y sud-europeas; gracias al esfuerzo de cada brazo, a la generosidad y al calor de cada mano, y al talento de algunos bolsillos, habían conseguido dejar atrás la tormenta, y remar hasta las tierras nativas, mitad de uno, para el festejo con conocidos y desconocidos, mitad de otro, ambos, padre y madre, como exploradores de una posible fecundidad perenne.
Nuevos olores en otros horizontes y nuevos colores en otros ojos, amanecieron las oportunidades, cada día frente a ellos, especialmente a su llegada a la casona Amador. Atrapados por la humedad concentrada en gotas de sudor, resbalando y mojando bancos y mecedoras de madera, cenaron entre mangos con chile habanero, tomaron y saciaron chelas y tequila, y cantaron sones jarochos y cábulas, envueltos por la tribu; homenajearon al mayorazgo proposueño, al Yaan Dubi Lin, que al fin supo de la patria paterna, su México lindo.
Protegidos por las sombras de los zapotes y las palmeras del patio destartalado, entre los ladridos del perro Tóner, de segunda o tercera generación, y los golpes de la ejecución de los trabajos de las máquinas de impresión, mortificados, escocidos por las incesantes picaduras de los mosquitos, al amparo de los rítmicos movimientos de las aspas de los ventiladores, en el refugio de la abuela Rosalba, hasta allí viajaron sus proposueños, posiblemente escondidos entre enseres de baño, los acompañaron y mutaron al acercarse al trópico; despertaron de la hibernación o simplemente renacieron, como casta norteamericana. El misterio del verano sincrónico, así lo llamaron.
Un día detrás del otro, sin descanso, y así por un mes entero, inagotables, no pararon los susurros en voz alta, las discusiones, los chorreos y los garabatos en el cuaderno de la rosa mojada: El trabajo no debe ser una esclavitud, las crónicas de crisis han de tener un final, la vida es demasiado corta para renunciar a lo que cada uno es, y aspira a ser; la semilla y cómo todo sigue su cauce.
Finalmente concluyeron el ciclo con lo que una vez dijo el ex jesuita catalán Vicente Ferrer, en Anantapur, en medio de una salita abarrotada de cooperantes: “la vida está en otra parte”.
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Aquel cuaderno viajó a México y regresó.
- Se me cayó un potito de bebe y se le borraron algunas letras en el DF, cuando lo pasé por agua para enjuagarlo. Eso fue todo el riesgo que corrió (¡que no se me pierda, diosito!, reza mi puño y letra en la contraportada), estuvo conmigo en todo momento, y por eso hoy no se encuentra, como tantos otros de sus hermanos, encerrado en cajas abiertas o cerradas, retractilado en palets, si no tirado por los suelos de sucias bodegas, extorsionado como el resto de nuestra mudanza, por los agentes aduanales del puerto de Veracruz.
Hoy las crónicas poéticas siguen a salvo, y hoy, 24 de febrero de 2015, día de la bandera, comienzan una nueva libreta con hojas usadas del centro de copiado e impresión: O-Zero, un nuevo reto para la familia nómada.
- Al fin, arribamos a nuestro destino.