
Annia,
hija de la luna
Y éste fue el inicio de unas nuevas Crónicas, después de un viaje que lo cambió todo: Yaan comenzó a caminar por los Viveros de Coyoacán, y dejaré que ésta sea nuestra metáfora, desde agosto rodeados de ardillas y de proposueños…
Poco a poco estamos en la construcción de un plan, en su definición, en la cronología del futuro. Hace mucho calor pero se soporta por la brisa y las sombras, por el mar, la lluvia que descarga de vez en cuando, y los árboles frondosos que nos rodean. Sus raíces levantan las aceras por las que es complicado caminar equilibrado: es el nuestro un transitar por el filo, descalzos, obcecados por la ilusión y el deseo. Sus frutos nos alimentan. Lo hemos conseguido, realmente no sé qué día es. Cuento las lunas que conquistaron nuestras pupilas mientras soñábamos tu cara oculta, entretanto te nombrábamos, del otro lado de mi ombligo: Annia llena, de ligera a pesada, continúas cabeza abajo, te estamos tarareando, te recordamos, te presentimos. Te acariciamos y te escribimos.
Señales fragmentadas de las ciudades que nos brindaron su hospitalidad y nos ayudaron a escapar por el camino necesario hasta llegar a estas rocas, como el motor de los aviones que nos sobrevuelan a diario, y que nos alertan de que los otros mundos también han sobrevivido, sombrean la noche que nos espera: una nueva luna te ha ido dibujando dentro de mi vientre creciente, y no encuentro una posición adecuada para mi descanso. Solos en la playa: caracoles, cangrejos, cocos, mutantes, y la luz blanca del faro de la isla que gira enfrente de nuestros rostros desvelados, en su misión eterna: prevenir a los barcos de mercancías robadas.




